Con todo el poder todopoderoso, su intención se hizo gesto y el gesto materia redonda, azul y marrón.
¡Qué risa infantil y celestial le entraba con las olas y los vientos, con la nieve y las hojas!
Y esa risa se hizo plantas y corazones, desparramados y sin vergüenza.
Hasta que un pecho se puso en pie y le miró a los ojos; se acabó su risa y llegó el enfado. Lleno de rabia —los niños son niños aunque fabriquen mundos— lanzó a ciegas un enorme guijarro que quedó incrustado en las alturas de la noche.
Y se marchó. Dicen que ya no es niño y que ha hecho otros mundos mejores.
Pero, quién sabe, se dicen tantas cosas...