22/6/15

Por soleá

Por vereítas estrechas
eché a andar como un ciego
y me alcanzó la locura
aquella noche sin cielo.

En el cuarto de la pena,
como ya no puedo verte,
te llamo por soleá
y me contesta la muerte.

A mi me dijo un Debel:
—Si regresas a la vida,
recuerda que vendrá la luz
pero también las heridas.




11/6/15

¿Quién puso la luna en el cielo?

Un dios niño recién surgido de la nada —os hablo de aquella eternidad en la que los dioses tenían edad— cayó en la tentación de la sabida costumbre divina de crear mundos.
Con todo el poder todopoderoso, su intención se hizo gesto y el gesto materia redonda, azul y marrón.
¡Qué risa infantil y celestial le entraba con las olas y los vientos, con la nieve y las hojas!
Y esa risa se hizo plantas y corazones, desparramados y sin vergüenza.
Hasta que un pecho se puso en pie y le miró a los ojos; se acabó su risa y llegó el enfado. Lleno de rabia —los niños son niños aunque fabriquen mundos— lanzó a ciegas un enorme guijarro que quedó incrustado en las alturas de la noche.
Y se marchó. Dicen que ya no es niño y que ha hecho otros mundos mejores.
Pero, quién sabe, se dicen tantas cosas...




Hayedo sereno

Hayedo sereno,
amante rubio
que dijiste adios
sin pena
al último día
de agosto.

Debajo, camastro
de hojas heridas
que mullen el suelo
amarilleando pasos.

El aire se va
aquietando
alrededor
de la plata manchada
de tus cortezas.

Tiene algo de fuga
tu silencio,
como un abrazo suave
que va enfriando
los dedos.

Pareces una bestia
quieta y bondadosa
que me advierte,
otro año más,
que el invierno
principia.


Flor de las nieves

Una mujer valiente
quiso un día sumar
pasos a los pasos,
porque había escuchado
que eso era caminar.

Y se fue hacia las nubes
—ese hábito de subir montañas—
con un ratoncillo
que saltaba alrededor
de su risa.

Colgada de los cielos,
allí estaba,
flor en la altura
que no era flor:
era espejo
de una mujer valiente.



10/6/15

Dios dormido

Harina de ortigas,
pan violento
que llaga los pasos
de los amantes.

Gestos morados
de niños antiguos
por las frondas
desamparadas.

Árboles eléctricos,
gacelas sobre el cemento
que olvidaron el don
de la música y el salto.

—¿Se ha muerto Dios?
—No... está dormido. Es sombra y luz en ese rincón.