5/4/19

Cuaderno de Senegal


DÍA 0. 'PANGEA'
Senegal está en el extremo más occidental de la tripa de África. Forma parte del bulto enorme de la costa de ese continente que parece alargarse hacia América, como si echara de menos aquellos tiempos remotísimos en los que la tierra emergida era un solo continente, Pangea, antes de que las fallas y las placas tectónicas iniciaran su tarea para meter agua de por medio y crear el océano Atlántico.

Es sencillo quitarle importancia a nuestras diferencias y mirar de reojo las fronteras si pensamos en aquel primigenio continente único, en el origen común de todas las tierras que pisamos las gentes del mundo.
Este es un breve cuaderno del viaje que me llevó a Senegal la primera semana del pasado mes de julio, como parte de una delegación vizcaína —en compañía de otra guipuzcoana—, fundamentalmente para visitar y comprobar sobre el terreno cómo se desarrollan varios proyectos de Cooperación al Desarrollo.
La delegación vizcaína estaba encabezada por la Diputada de Empleo, Inclusión Social e Igualdad, Teresa Laespada. La guipuzcoana, por el Primer Teniente de Diputado General y Diputado de Cultura, Turismo, Juventud y Deportes, Denis Itxaso.
En las maletas metimos lo necesario para esos días y un ramillete de preguntas. Eran preguntas a las que podíamos responder por escrito desde aquí. Pero este viaje trataba precisamente de algo más que eso, de responder a esas preguntas con la mirada, con la nueva mirada que queremos dar a África, nueva mirada que este continente nos exige con toda justicia. Íbamos a ver qué hacían, cómo hacían y cómo gestionan los proyectos las ONG vizcaínas que desarrollan su labor allí. Íbamos a mirar para comprender mejor qué pasa en Senegal, dónde están en claves de desarrollo social y económico y la necesidad que tienen de nuestra Cooperación al Desarrollo.
El equipaje de preguntas resultaba todavía más abultado este verano de 2018, con titulares de periódicos y minutos de radio y televisión centrados en la llegada de migrantes a España —en muchos casos personas de paso en un camino que se orienta hacia el Norte, más allá de los Pirineos—. Y con una opinión pública que recibe con dificultad las reflexiones calmadas, los datos contrastados o las historias humanas, puesto que lo más fácil es que, en las barras de bar y en el whatsapp, se acaben deslizando palabras como avalancha o invasión, trufadas en mensajes que hacen propios Trump, Salvini, Le Pen o Abascal.
Entre otros proyectos de Cooperación al Desarrollo, fuimos a visitar un proyecto de ámbito sanitario desarrollado por Médicos del Mundo Euskadien el distrito de Pikine en Dakar y otro centrado en aspectos culturales en Gandiol, en el centro Centro cultural Aminata Hahatay (con Mamadou Dia). Asimismo, visitamos otras iniciativas desarrolladas por entidades como Solidaridad Internacional o " Creando Futuros ", y por mujeres líderes de la Association des Femmes pour le Developpement Local.
En el Mediterráneo está muriendo mucha gente y queremos mirar más al sur, por eso fuimos a Senegal. ¿De qué manera viven allí, por qué vienen a Europa, por qué hacen un recorrido tan costoso, por qué se montan en una patera o en un cayuco y vienen a un destino incierto cuyas estaciones intermedias están llenas de guadañas? La respuesta a esta pregunta tiene mucho que ver mucho con las condiciones de vida de sus países.
Partimos hacia Senegal desde nuestra Bizkaia dando por indiscutibles cuestiones que quizá no lo son. No nos cuestionamos tener una buena educación, una buena sanidad y unos buenos servicios sociales. Quizá África nos pusiera ante el espejo de nuestra realidad y nos ayudara a recordar cuánto ha costado lograr todos esos derechos. Y a recordar también que nunca podemos darlos por seguros, porque son reversibles.
Y cuando regresamos a Bilbao después de casi una semana, como a menudo ocurre, algunas preguntas habían tenido respuesta, otras no y la mayoría habían derivado en nuevas preguntas.




DÍA 1. AVIONES DE BABEL
Iniciando el viaje en avión, en la primera conexión de Bilbao a Madrid, pudimos recordar que las filas de asientos saltan en su numeración del 12 al 14, por esas viejas supersticiones que todavía conllevan algunos miedos con el número 13. Pero en este viaje no queríamos dejar espacio al miedo ni a las supersticiones, porque de camino a África, si de algo hay que hablar, es de dignidad y esperanza.
Es un error sentir África y a sus gentes como un lugar remoto y unas personas extrañas que no tienen conexión con nuestras vidas. Senegal está aquí. Según datos oficiales, en Bizkaia en 2017 residían 2.434 hombres de origen senegalés y 433 mujeres. En el conjunto de España, la cifra se elevaba, sumando mujeres y hombres, a 68.016 personas. Vivimos en una tierra cada vez más colorida, más mezclada, más mestiza.
En el aeropuerto de Madrid tuvimos unas horas hasta que salió el nuevo vuelo que nos llevaba a Dakar y aprovechamos para comer algo en uno de esos establecimientos de comida rápida donde uno empieza a sospechar que el sabor puede fotocopiarse.
El avión cogió pronto una altitud de 6.000 metros y una velocidad de crucero de más 800 km/h que nos supuso más de cuatro horas de vuelo para recorrer los 3.280 kilómetros que nos separan de Dakar —kilómetro arriba, kilómetro abajo…— y todo lo que allí nos esperaba.
Cuando el avión despegó de Barajas algo había cambiado. En este vuelo ya llevábamos compañía africana en algunos de los asientos, con esa forma de estar y moverse elegante y elástica que tienen en Senegal. Compartimos asientos con la gente de este país, con sus vistosos y coloridos vestidos, y también con su corpulencia y altura, porque la mayoría de la gente de ese país miraba desde arriba al de más altura de nuestro grupo —sí, a mí—. Viajar a Senegal es confirmar que aquí no podemos sentir demasiado orgullo por nuestra altura media.
Había algo de Torre de Babel en este vuelo en el que Europa y África dormitaban, miraban por la ventana, ojeaban revistas, charlaban, leían o veían alguna película en un dispositivo electrónico. El aire acondicionado caía a chorro sobre un hombre y una mujer que se tapaban por completo con sendas mantas, pero sin plantearse siquiera la posibilidad de quitar o rebajar la potencia de ese aire acondicionado. Ya volábamos por cielo africano sobre suelo africano.
El aeropuerto de Dakar, el nuevo aeropuerto de Dakar, tenía en julio unos pocos meses de vida y casi cada rincón conservaba el brillo de lo recién estrenado. Nada más salir del avión, nos recibieron dos agentes de Policía, una mujer en primer lugar y después un hombre, que nos indicaron el camino hacia las cintas donde recoger los equipajes. Allí surgieron los primeros contratiempos, ante la falta de algunas maletas que tuvimos que reclamar en el lugar oportuno.
En el aparcamiento del aeropuerto nos esperaban dos furgonetas y una atmósfera más densa y más húmeda, porque la noche de la capital senegalesa tiene un peso especial. Parpadeamos un poco, como para convencernos de que, ya sí, habíamos llegado.
De camino al hotel una de las dos furgonetas que nos trasladaban no quiso continuar su trayecto y nos lo hizo saber con una pérdida escandalosa de potencia y un sospechosísimo humo blanco que manaba de su motor como una bruma sólida. Aprendimos otra lección: en África se improvisa con alegría. El grupo al completo se recompuso y, montando en la furgoneta sana, continuamos camino, sin dejar de sorprendernos por lo relajado que es el respeto a las normas de circulación en Senegal y por el vicio que tienen a echarte las luces largas, ya sea de frente o desde atrás.
Dakar por la noche es una ciudad cubierta de velos y contaminación que, a principios del mes de julio, guarda mucho del calor almacenado durante el día. Imperceptiblemente, el ritmo cadencioso de aquella tierra te va ganando.
Cenando, ya tarde, que eran en realidad dos horas más tarde según nuestro horario de partida, en el grupo la conversación cómplice derivaba hacia la realidad política de este país y su pasado colonial y postcolonial.
Catorce regiones, independencia en 1960 —anteayer—, 13 millones de habitantes… Y las últimas elecciones presidenciales, de 2012, que ganó Macky Sall con el apoyo de un movimiento juvenil ‘Y’En A Marre’ —que podría traducirse como ‘Estamos hartos’, hartos de los históricos dirigentes del país—. Senegal es una de las democracias más antiguas y asentadas del continente.
El cansancio hizo sus reclamaciones tras la cena y nos dirigimos sin mayores ceremonias a la cama, a reponer fuerzas para la visita del día siguiente.
Cerramos los ojos y nos dormimos en Dakar, capital de Senegal, un país en la panza de África que mira hacia el Atlántico.



DÍA 2. MEDICINA EN PIKINE
Podría decirse que África produce vértigo cuando te acercas porque este continente es mil mundos a la vez y tiene la irreverente costumbre de poner patas arriba los esquemas europeos.
En este segundo día en Senegal nos acercamos a la alegría y al dolor, a lo humanamente conmovedor de un programa de Médicos del Mundo con financiación foral en una de las zonas con más dificultades de Dakar, el distrito de Pikine. Esta ONG trabaja de la mano con el Sistema Senegalés de Salud: protección de la salud reproductiva y reducción de daños en la población más castigada de este distrito.
A primera hora, de camino a la sede de Médicos del Mundo, observamos desde las furgonetas —ya tenemos dos vehículos nuevos, gestión que agradecemos infinitamente a nuestro guía local Ibou Diouf, del que volveré a hablar más adelante— las calles de Dakar a plena luz del día. La capital parece uno de esos lugares donde todo ocurre en la calle, sucediéndose sin separación visible los puestos de fruta, los vendedores ambulantes de mil cachibaches, las cabras, las tiendas de reparación de motos que más bien parecen desguaces y, como un monótono ritmo visual, la basura. Arena y basura en muchos lugares, una y otra vez, como una parte inseparable del paisaje urbano, en ocasiones muy unidas, pegadas a zonas de riqueza y maneras casi occidentales. Arena y basura casi tan parte de paisaje como esos andares pausados y cadenciosos de la gente de Senegal, descendientes de gigantes.
En la sede de Médicos del Mundo nos recibió su responsable para este país, Guillermo Martínez, un joven veterano de la Cooperación al Desarrollo que nos habló de lo importante que es educar la mirada —una vez más, la mirada— para comprender por qué, por ejemplo, la falta de recogida de basuras y la mala canalización del agua abonan y agrandan los destrozos que la malaria causa en demasiadas personas.
Martínez nos explicó su proyecto con unos números que pesaban como el plomo: en Senegal la tasa de mortalidad entre las mujeres que dan a luz es de 500 por cada 100.000 partos, cifra que puede duplicarse en algunas zonas como, precisamente, este distrito de Pikine. En España anda en 5 por cada 100.000. Lo decía sonriendo con la alegría —en África, pese a todo, siempre la alaegría— de quien continúa en la pelea armado de esperanza. Pero en sus palabras había una verdad determinista y afilada: nos contó que la salud en Senegal, la vida al fin y al cabo, dependen de la zona donde nazcas, del barrio donde está tu casa, de si eres mujer y, también, de la edad a la que te quedas embarazada. Estos condicionantes, en la mayoría de las ocasiones, restan calidad y años de vida.
Hablaba despacio Martínez, pero en cada frase iba dejando chispazos de luz y charcos de sombra. La salud, añadía, es un derecho, nunca una concesión. Los poderes públicos tienen la obligación de garantizarla y la sociedad civil el deber de exigirla. E insistía, una y otra vez, en el liderazgo de la sociedad civil… de la sociedad civil senegalesa, porque “No somos los blancos más listos los que venimos a ayudar”.
Médicos del Mundo está allí para mejorar la salud sexual y reproductiva de la población, teniendo siempre muy claro que el paro y la pobreza no suelen tener precisamente buena amistad con la salud. La ONG refuerza la estructura sanitaria de Pikine con equipamiento y formación a su personal, así como con estrategias de información y comunicación para implicar a la población en la reclamación de sus derechos: las personas deben tener capacidad para tomar las decisiones importantes sobre su salud.
Desde Diputación hemos venido aportando unos 120.000 euros cada año, desde el año 2012, a la financiación para esta labor de Médicos del Mundo en Pikine. Su actividad en este distrito comenzó —nos explicaba Martínez— a través de una intervención de ayuda humanitaria por unas inundaciones ocurridas en el año 2006. Aquella ayuda humanitaria derivó en la actual Cooperación al Desarrollo.
Para comprender Pikine, Dakar y el conjunto de Senegal hay que ponerse un momento las gafas de la antropología y analizar el peso y el poder de los líderes espirituales, de la religión y de las etnias, sin olvidar que es uno de los países del África subsahariana que mejor están resistiendo el yihadismo gracias a su estabilidad política social y, también, porque no es un Estado fallido, sino que el Gobierno controla realmente todo el territorio nacional. De la misma forma, todo hay que decirlo, porque en Senegal no puede ser imán cualquiera, ya que hay una escuela de imanes y el discurso religioso se controla y protege así mejor de derivas extremistas.
Pikine es un distrito de poco más de 15 kilómetros cuadrados con casi 24.000 habitantes por kilómetro cuadrado. Es decir, lo habitan unas 370.000 personas. Es lugar de acogida precipitada de las migraciones provenientes del interior del país en busca de un futuro… se podría decir que mejor, pero lo dejaremos en simplemente futuro.
La estación de las lluvias, en la que nos encontrábamos durante el viaje —aunque en todos aquellos días africanos nos visitaron apenas unas tímidas gotas—, provoca la afloración de charcas y otros espacios idílicos para el mosquito anófeles, que siempre que puede regala malaria. En Pikine hay pocos servicios sanitarios, ni un solo hospital, mucho paro, embarazos precoces, abortos sin garantías médicas, violencia de género, VIH/Sida…
No hay hospital, pero sí un Centro de Salud al que nos acompañó Martínez —una vez cumplida la visita a la sede de Médicos del Mundo— y donde nos recibió el responsable para el distrito del Sistema Senegalés de Salud, el doctor Assane Ndiaye. Médicos del Mundo actúa en este Centro de Salud en partenariado con la propia sanidad pública senegalesa. La colaboración aportada durante años por la ONG con financiación foral, nos explicó el doctor Ndiaye, ha permitido mejorar equipamientos —ecógrafo—, mejorar el techo técnico del personal sanitario local, compra de más medicación y la atención a las víctimas de violencia de género. Siempre, insistía el doctor, desde un diagnóstico que se realiza de forma participativa entre todos los agentes sobre la realidad en la que viven y las necesidades más acuciantes.
La visita a este Centro de Salud fue de las que nos dejaron temblando, como si un enorme diapasón nos trasmitiera su vibración grave en el centro del esternón. Quienes tienen la responsabilidad de que este centro funcione cada día nos mostraron con orgullo sus limitadas herramientas de trabajo y en las salas de espera y las estancias que íbamos recorriendo nos cruzábamos una y otra vez con esa mirada —otra vez la mirada— que es África y que da vértigo. Muchas madres, mujeres jóvenes, con sus hijas e hijos. Y el dolor y el cansancio. Y un algo en las paredes que susurraba secretos sobre la lucha de esta gente por la vida y la dignidad.
Después visitamos un espacio de información sobre salud sexual para jóvenes, así como otro espacio gestionado por ‘madrinas de barrio’ donde tratan de sensibilizar a través de pequeñas obras de teatro respecto de la violencia de género o los matrimonios forzosos. En uno y otro lugar nos recibieron con esa hospitalidad que en su idioma, el wólof, tiene su propia palabra: Teranga. Y nos bailaron y nos cantaron, y nos contaron y nos miraron. Y nos sonrieron, irreductible su alegría, nos sonrieron y nos sonrieron, que es la forma más directa de recorrer la distancia entre dos corazones.
El espacio de información sobre salud sexual para jóvenes juega una baza muy importante en un país como Senegal en el que los mayores son tratados con mucho respeto. Adolescentes y jóvenes acuden a este espacio —donde las relaciones son más informales, más horizontales— a contar y consultar cuestiones que no se atreverían jamás a plantear en sus casas a su madre o a su padre. Y, además, jóvenes y adolescentes se encargan de organizar gran parte del funcionamiento del centro.
La visita al centro de las ‘madrinas de barrio’ fue otro de esos momentos genuinamente africanos que vivimos en este viaje, porque nos recibieron al son ensordecedor de una música de tambores que puso en agitación sincopada los cuerpos de unas cuantas anfitrionas. La responsable del grupo de ‘madrinas de barrio’ era una mujer de risa atómica, que movía su cuerpo y bailaba como si aquel día se fuera a acabar el mundo. Nos contó que tenía 50 años y 13 hijos y, mientras lo decía, las bocas europeas se nos quedaban abiertas y sin aliento tan solo con mirarla. Y ella no dejaba de reírse. Su nombre es Aida Diouf y es ‘Bajenu Gokh’, que es como se dice ‘madrina de barrio’ en wólof. Estas mujeres son el tuétano de la fuerza y el futuro de este país. Realizan visitas a domicilio, son figuras de referencia en la comunidad y tratan de sensibilizar e informar sobre las relaciones sexuales y los embarazos precoces. También nos sembró en la memoria frases sencillas y contundentes: “Las niñas no saben cómo ocuparse de un bebé”. Y nos acordamos de lo que nos había dicho Martínez, de las 500 mujeres de cada 100.000 que mueren en Senegal durante el parto. Y que en España son cinco.
Aida Diouf y sus ‘madrinas de barrio’ nos representaron una pequeña obra de teatro y, pese a que no entendíamos nada del idioma, lo entendimos todo.
El día avanzaba y se visitó de tarde cuando nos dirigimos a mantener un encuentro privado con representantes de colectivos de defensa de los derechos LGTBI. Nos contaron sin que les temblara la voz lo áspera que se les pone la vida a menudo. Impactaba escuchar cómo el conocimiento público de la homosexulidad de una persona la convierte en Senegal en lo más parecido a una apestada, condenada a muerte civil. El Código Penal juega torticeramente con el concepto de ‘actos contra natura’ y por ese coladero se cuelan letales cargas de profundidad homófobas. Hasta la familia se retira allí de tu lado si eres homosexual… en una encuesta muy reciente se recogía que al 97% de la población le molestaría tener en el vecindario a una persona LGTBI. Y, esos días de julio, con la cercanía de una nuevas elecciones presidenciales, los mensajes homófobos empezaban a coger de nuevo una infame potencia.
Pero escuchando a quienes nos contaron de primera mano sus relatos de resiliencia y solidaridad, comprendimos que hay formas de contar las cosas que pueden limpiar la suciedad de los árboles podridos, convirtiéndolos en hermosos baobabs de la diversidad.
Se puso el sol en nuestro segundo día en Senegal entre sonrisas y árboles.
Y nos fuimos a descansar, que al día siguiente tocaba madrugar.






























DÍA 3. UN LUGAR LLAMADO GANDIOL
El tercer día iba a ser de mucho asfalto, kilómetros de asfalto —algunos también de tierra y arena— para llegar a un lugar llamado Gandiol. Mientras las furgonetas en las que nos movíamos hacia el interior del país iban devorando kilómetros, en los arcenes de las carreteras se desgranaba un cuadro abigarrado y sorprendente de Senegal. Lo que más abundaba —como en la capital pero con algunas diferencias lógicas al haber mayor espacio— eran insospechados mercadillos que se asomaban como desde un mirador a la carretera y que en esa época del año estaban repletos de mangos. Pero ante los cristales del parabrisas y las ventanillas de las furgonetas también pasaban más rebaños de cabras, más tiendas de motos y ojos —la mirada, de nuevo—, muchos ojos, los de quienes nos observaban avanzar. La gente habita los bordes de las carreteras de Senegal.
De Dakar fuimos a Gandiol, en la región de Saint Louis, una mancomunidad agrícola y pesquera. Su riqueza en el mar se agotaba por la pesca industrial —de barcos que no son precisamente de ningún país africano— y los cayucos empezaron a ser utilizados para buscarse la vida desembarcando donde podían: las cercanas Islas Canarias.
Fuimos a Gandiol para ver el centro cultural Xarit Aminata, que pusieron en marcha y gestionan con apoyo económico de la Diputación quienes dirigen la Asociación Hahatay —Hahatay quiere decir carcajada en el idioma wólof—. Este centro Aminata es un espacio de referencia para la juventud de la zona, porque son protagonistas de sus decisiones y sus acciones. Es un proyecto que está creciendo desde la propia comunidad, necesitada de una oferta cultural, artística, de un proyecto de vida para sus jóvenes.
Echando mano de nuevo al diccionario wólof/español, comprobamos que Aminata quiere decir ‘efervescente, lleno de vida’… Entrar en el centro Xarit Aminata que se inauguró a finales del 2017 tiene algo de revelación porque sus instalaciones —aula, cine al aire libre, taller multiusos, biblioteca y parque infantil, a lo que se ha sumado posteriormente un taller de radio— son un catálogo de colores y un ejemplo de que la voluntad y el talento pueden quitarle sus dos primeras letras a la palabra imposible.
¿Qué ha sido posible en Gandiol? ¿Qué es lo que allí está siendo posible? Para responder a estas preguntas hay que hablar de Mamadou Dia y de la cooperante vizcaína fallecida allí en 2015 Nerea Pérez Arróspide.
En efecto, un proyeccto iniciado por Nerea y Mamadou, una respuesta —nos contó él— a las fronteras, a las vallas, una invitación al Mundo a ver lo que se hace en Gandiol.
Está claro que el líder del proyecto Xarit Aminata es Mamadou Dia, que nos recibió cariñosamente, interrumpiendo la tarea que estaba desarrollando con unos cooperantes para dotar al lugar de un pequeño parque de juegos, construido con materiales reciclados y visión ecológica, como casi todo allí.
Mamadou es un joven senegalés que llegó a España en un cayuco y que, tras unos años de superación y aprendizaje, comprendió que debía volver a su país. Nos contó que su proyecto es una respuesta clara y desde el origen a la inmigración clandestina. Es un proyecto fruto del trabajo duro y la motivación, iniciado precisamente de la mano de la tristemente desaparecida Nerea.
Cuando Mamadou habla iba enhebrando las palabras con alegría —siempre, pese a todo, la alegría— le quedaban frases con un peso extraordinario, frases que barrían tras de sí el ruido del ambiente, dejando después silencio y reflexión. Como cuando dijo que los pueblos deben relacionarse con dignidad para que las personas dejen de jugarse la vida cogiendo cayucos.
Nos insistió en que lo importante de su centro es que la gente del pueblo lo impulse, sea su motor, porque también se van a beneficiar de él. Hay que cambiar el pueblo con la gente del pueblo, nos añadió, y esta frase que en cualquier otra persona podría sonar a eslogan barato y manoseado, en Mamadou y desde el potente y real ejemplo del centro Xarit Aminata, nos dejó, otra vez, sumidos en unos silenciosos y pensativos segundos.
Además, nos señaló que este es el paso previo para abrirse al mundo, como demostraba el hecho de que, efectivamente, una delegación vizcaína —y guipuzcoana— hubiera acudido hasta este lugar tan remoto de Senegal.
Una de las últimas ideas de su discurso merece ser transcrita al completo, en la medida en la que la memoria me lo permite: “No todos queremos irnos a Europa para perdernos allí, ni gastarnos 6.000 euros, ni desaparecer en los desiertos. Queremos hacer Gandiol atractivo, tener trabajo pero también un referente cultural. Hacer a la gente parte de su desarrollo. El cambio tiene que salir de nosotros mismos. Europa no es el Dorado”.
La Diputada Laespada tomó la palabra brevemente para anunciar que un grupo de jóvenes de Gandiol volvería a viajar a Bizkaia en un intercambio con jóvenes de nuestra tierra, como ya había ocurrido unos meses atrás. Este intercambio se ha producido hace unos pocos días.
Y, por último, también pronunció unas sentidas palabras en memoria de Nerea Pérez Arróspide, que se quedaron flotando entre el grupo.
También tomaron la palabra jóvenes con responsabilidades en la gestión del propio centro y el español de algunos resultaba sorprendente. Jóvenes que, en algunos casos, habían formado parte de la delegación que había estado en fechas previas en Bizkaia. Uno de ellos nos dibujó una sonrisa en la cara al contar que él miraba los aviones por el cielo y se decía que algún día se montaría en uno camino de Europa. Finalmente lo había hecho.
Mamadou nos enseñó después un centro de salud, el único para 30.000 personas en un radio de 15 kilómetros, donde solo trabajan una matrona y un enfermero y donde la ambulancia hace tiempo que dejó de ser operativa. La Cooperación al Desarrollo guipuzcoana había ayudado a mejorar su situación, junto con la intervención de la propia gente de Aminata (a través de su asociación Hahatay).
Después hicimos una visita a la cercana playa desde la que partían los cayucos, la playa desde la que también partió Mamadou con veinte años para llegar a La Gomera —en su embarcación iban 84 y una persona murió—. Nos explicó que había pedido anteriormente dos veces el visado para ir a Francia y que las dos veces le fue rechazado. Como él, unas 30.000 personas llegaron a Canarias en las coloridas embarcaciones diseñadas para la pesca.
¿Por qué dejó Mamadou su país? “Quería vivir Occidente, ver con mis propios ojos lo que llamaban el desarrollo, la civilización. Todas esas palabras que oímos en los medios y nos sabemos qué significan”, nos contó. Todo su periplo lo ha puesto negro sobre blanco en su libro ‘3.052, persiguiendo un sueño’ —la cifra es la distancia en kilómetros entre Dakar y Murcia, donde acabó viviendo siete años—.
La mujer de Mamadou se llama Laura y también está trabajando en Gandiol como cooperante. La hija de ambos jugaba despreocupada con un bolígrafo, que desmontó a conciencia. No extrañaba ni a blancos ni a negros. Esa forma de mirar, quizá, es el horizonte al que pretendemos llegar con toda la Cooperación al Desarrollo.
La hora de comer nos encontró descalzos y sentados en el suelo, compartiendo olla y con unos platos que brillaban… por su ausencia. Uno de los senegaleses con el que compartimos comida se empleó en la tarea de quitar el hambre de forma tradicional y comió el arroz con pescado directamente con las manos.
Por la tarde visitamos un proyecto de reforestación apoyado por la Diputación de Gipuzkoa que pretende frenar el avance del desierto, cuyas lenguas arenosas tienen la mala costumbre de dejar baldías las tierras de cultivo. Se trata de un esperanzador proyecto en el que se coordinan esfuerzos de varios países, porque el Sáhara no parece muy interesado en las fronteras.
El día se completó, antes de otro puñado de horas en furgoneta hasta Dakar, con un viaje en camión por una zona de dunas y otra de playa. Nos trasladaron en dos camiones que posiblemente ya eran viejos en la II Guerra Mundial y que parecían tan vetustos como indestructibles, dos camiones que soportaron el trayecto por suelos arenosos con una solvencia que nos dejó estupefactos.
Vimos algunos dromedarios, poblados diminutos y alejados que parecían sacados de un decorado de ‘Las minas del rey Salomón’, más cabras, muchas cabras, y un océano Atlántico que traía a tierra un viento tan fuerte que peinaba los árboles con raya al lado.
Al fin volvimos a Dakar desde un lugar llamado Gandiol, con la noche sobre las furgonetas, mirando a África como si el tiempo no existiera.







































DÍA 4. EL FUTURO SE CREA
Senegal tiene una bandera con una estrella de cinco puntas. Cada punta de esa estrella representa un continente y quiere simbolizar la apertura al mundo. Además de esa estrella de color verde, tiene su bandera una franja del mismo color en representación de la Naturaleza, una amarilla que evoca la zona semidesértica y otra tercera franja roja por todas las personas que han dado su vida por el país. Esto nos lo contaba Ibou Diouf, que durante todos estos días fue nuestro guía y al que, por momentos, llegamos a abrasar a preguntas.
Pero es que Ibou es también el responsable local del proyecto que la ONG vizcaína Creando Futuros desarrolla en Mbur, localidad a dos horas de viaje en furgoneta desde Dakar —otra cosa que aprendimos en Senegal fue que los viajes se miden por tiempo, no por kilómetros. La frase “faltan diez minutos para llegar” dio lugar a muchos comentarios jocosos—.
El proyecto de Creando Futuros en Mbur es una escuela, algo tan sencillo y grandioso a la vez. Dicen que, en Japón, el protocolo obliga a todo el mundo a inclinarse ante el emperador, salvo a quien se dedique a la docencia.
Emocionaba entrar en esta escuela, donde nos recibieron decenas de niñas y niños para quienes nuestra llegada fue una fiesta que celebraron con tambores, palmas y cánticos. Y de nuevo sentimos esa hospitalidad, esa Teranga tan limpia y sin artificios, y nos convencimos para siempre de que Senegal es un país en el que la gente sabe cómo recibirte.
Nuestra visita no coincidió con periodo lectivo, pero el colegio estaba lleno de la chavalería que participaba en una escuela de verano. Les llevamos unas camisetas que nos habían cedido desde el Departamento foral de Euskera y Cultura, y el reparto multiplicó las risas. Allí, viendo la palabra Bizkaia en las camisetas… y las camisetas en las niñas y los niños que corrían, saltaban y gritaban, el colegio era como un resumen deseado de la vida.
Volviendo a Ibou, es preciso reconocer que fue otro de los descubrimientos de Senegal. Es un joven senegalés de 36 años con un español que nos dejó ojipláticos, más aun cuando nos explicó que lo había aprendido de hablar con turistas. Se expresaba con soltura y desparpajo y era capaz de introducir en su discurso, como si fuera lo más normal del mundo, las palabras “capa freática”. Ibou es una enciclopedia humana y al escucharle conmueve comprobar el amor por el conocimiento que le inculcaron sus padres: en verano él y sus hermanos aprendían al menos una palabra nueva al día.
Estudió electricidad casi por obligación, para soportar económicamente a su familia, pero tiene un vago aire de modesto académico universitario. En él, otra vez, vimos personificada la injusticia y la falta de oportunidades en comparación con otras latitudes. “Sin educación, no hay futuro”, nos decía, y todo cuadraba perfectamente siendo él el responsable sobre el terreno del colegio de ‘Creando futuros’.
Nos explicó que en 2007, cuando empezaron a levantar los cimientos, había recelos en la población porque pensaban que se estaba construyendo un colegio elitista “dirigido por blancos”. Pronto cambió la opinión de toda esa gente. Tras la última Semana Santa se había abierto un comedor que permite a los niños una comida al día.
Un colegio, un simple y grandioso colegio. ¿Hay una apuesta más firme para creer y crear futuro?
















DÍA 5. FEMENINO PLURAL
Conducir por Dakar es una cuestión de confianza y temeridad, quizá a partes iguales. Confianza cuando la furgoneta en la que viajabamos se trasladaba por unas calles en las que las líneas horizontales de pintura hacía tiempo que habían dejado de ser visibles. O confianza cuando íbamos comprobando, cruce tras cruce, que no había semáforos —tras cuatro días de traslados y viajes por la capital senegalesa alguien del grupo afirmaba haber visto en una ocasión un semáforo… que no funcionaba, pero dicha afirmación fue escuchada por el resto como se escuchan las viejas fabulaciones y leyendas—.
Y conducir por Dakar es también una cuestión de temeridad porque el asunto rotondas, que de estas sí hay muchas, no es apto para personas con el corazón delicado. A los espíritus impresionables nos dejaba sin aliento la alegre inconsciencia con que allí entran los vehículos en el círculo de las rotondas, exprimiendo las distancias hasta lo inverosímil. Mencionable es, además, ver el espectáculo del mundo al revés, con coches aparcados en las aceras y transeúntes caminando por las calzadas.
Nuestro último día en Dakar, tras un nuevo episodio de caótico tráfico, nos llevó a un encuentro con la Association des Femmes pour le Developpement Local, una asociación de mujeres empoderadas que resultan absolutamente imprescindibles. Si no ha quedado escrito, merece la pena remarcarlo con mucha claridad: la potencia de Senegal es joven y es femenina. Jóvenes y mujeres están marcando ya el futuro de este país. La fuerza de la mujer senegalesa suele ir acompañada de una risa cantarina, como en el caso de Ndeye Khady, la presidenta de esta asociación de mujeres para el desarrollo local. Nos explicó que forman a las mujeres y les ofrecen herramientas para que aprendan a elaborar sus propios productos —alimentos, abalorios, vestidos…— que después venden en el mercado, aumentando así su independencia y capacidad de decisión económica. Se trata de una tarea fundamental para algunas de ellas, divorciadas o viudas a menudo, muy necesitadas para sobrevivir de los ingresos que obtienen por estos medios.
Hasta tal punto esta comunión de mujeres funciona que habían logrado que Ndeye fuera elegida concejala de distrito en las últimas elecciones locales. Una reunión con mujeres senegalesas es un derroche de color y en esta asociación nos recibieron decenas de ellas. Aquello fue una fiesta de color y de reivindicaciones de igualdad. Sobrevolaba aquel rincón de Dakar como un eco lejano la voz de las mujeres que el anterior 8 de marzo habían salido a la calle en tantas localidades de Bizkaia para decir que su momento había llegado. Había allí una esperanza común de igualdad, una brisa de sororidad, como un grito femenino de futuro y dignidad que saltaba entre risas, sin atender distancias ni continentes. Las mujeres senegalesas van reclamando su lugar. Se percibía mucho orgullo y se escucharon muchos aplausos cuando nos contaron cómo lograron elegir a Ndeye concejala y cómo consiguieron otros logros, quizá más pedestres, como convencer a algunos hombres de que es bueno que dejen a sus mujeres acercarse y tomar parte en la asociación.
Los avances llevan ritmos distintos, pero, si se escucha bien, en estos tiempos hay una vibración compartida en el girar del mundo y es una vibración feminista.
















DÍA DE REGRESO: ESTIRAR LA MANO
El día siguiente fue el de la vuelta. Un día empleado en desandar los aviones y los aeropuertos, en despedidas y arrastre de maletas.
Este viaje a Senegal forma parte de una nueva mirada a África. Mirada joven, mirada de mujer. Mirada de salud, de educación y de igualdad. Mirada de vida digna.
Allí no necesitan lecciones, al menos no más que las que necesitamos por estas tierras que se bañan en el Cantábrico. Saben lo que quieren, son gente valiente y apenas necesitan un poco de acompañamiento y apoyo económico.
Montamos en los aviones que nos trajeron de vuelta a casa poniendo de nuevo miles de kilómetros entre nuestros zapatos y Senegal. Llegamos a Loiu con muchísimos cielos y carreteras recorridos en pocos días.
Y con la impresión, quién sabe si real o no, de que si estiramos la mano podemos seguir tocando el corazón de Senegal.