Continuamos con el día de las letras
flamencas. Versos llenos de vida, llenos de historias donde los
sentimientos
fluyen desde lo más profundo del alma. Seguimos con la carta a Miguel Hernández.
Un día coincidiste con el cura Almarcha en la calle y le diste a leer algo tuyo. Le gustó y te ofreció su biblioteca para que fueras a leer.
Además, en plena adolescencia, te gustaba como a cualquiera la juerga y las bromas, y jugabas en un equipo de fútbol que tú mismo bautizaste como "La repartiora‟ porque lo repartías todo entre vosotros: El Mella, Rosendo Mas, Sapli, Manolé, Pepe, el Botella, Paco, Rafalla, Gavira, el Habichuela, José María, Paná, Meno y el Barbacha, que eras tú. Te pusieron este apodo, que es el nombre de un tipo de caracol, porque eras un jugador bueno y fuerte, pero algo lento.
Y Miguel, por aquel entonces conociste a Fenoll, ¡qué gran cosa fue conocer al panadero Carlos Fenoll!, enamorado de la poesía, del arte de conversar y del flamenco, devoto de Cepero para más señas. Un día, en una taberna de la calle Barea a la que te llevó, porque allí se degustaba el cante jondo, tras unos vasos de vino, te comprometiste con el cantaor Antonio García Espadero, conocido como el "Niño de Fernán Núñez‟, a hacerle unas coplas que titularías Canción de flamenco y Soledad, ¡qué solo estoy!
Fandangos
Soledad, ¡qué solo estoy!
En un rincón de Orihuela
versos y panes brotaban,
esos muchachos pensaban
que las torres eran altas
y que todo era primavera.
Al abrigo de aquel vino
nacieron dos coplas negras,
de potrillos sin camino,
que van buscando el alivio
para su carga de penas.