10/5/12

Campanilleros "Pastoreando Versos"

Continuamos con el día de las letras flamencas. Versos llenos de vida, llenos de historias donde los sentimientos fluyen desde lo más profundo del alma.

La vida fue tu primera herida, Miguel. Por ella pasaste obstinada y entregadamente, con tu irrefrenable ambición de ser un gran poeta y tus ganas de risa y pan para todos.
Si tu vida fue una herida, tu piel se abrió generosa al mundo en el pueblo alicantino de Orihuela, lleno de alzacuellos y con su penetrante olor a incienso. Porque las costumbres y la vida cotidiana de tu gente se mecían a un son católico que marcaban el obispo y la catedral de Orihuela, a los que se sumaban treinta iglesias, un seminario y varios conventos. Pero no era cuestión sólo de sacristías la vida en tu pueblo… rodeada por unos montes pedregosos y ásperos que protegían la exuberante vega, la naturaleza allí era y es un constante homenaje a la lujuria del sol y el agua.

Tu llanto de criatura arrancada del vientre materno rompió el aire el 30 de octubre de 1910. Ya estaban en el mundo tus hermanos Vicente y Elvira y a ti te siguieron en los años siguientes Concepción, Josefina y Montserrate, que murieron, y la pequeña que sobrevivió, Encarnación. Tu madre Concepción Gilabert fue bondadosa pero tu padre, Don Miguel Hernández, un tratante de cabras, era duro y autoritario, bien lo supiste, y no quiso nunca apoyar tus batallas con las metáforas y las rimas. Hasta tal punto no te comprendía, que tu hermano Vicente contaba cómo leías a escondidas, especialmente por la noche, cuando todos estaban  acostados, en la habitación que daba al corral. A veces te sorprendía tu padre y se levantaba para apagarte la luz. Entonces, ¡cómo sería la cosa!, que Vicente decía que “sucedían escenas terribles”, que dejaban a todos “espantados”.

Tus ojos de niño sorprendido se abrían para verlo todo, para tocarlo todo. El universo se estrenaba con cada nueva mirada y no había detalle que dejaras escapar.

Contaba  tu hermana Elvira que desde muy pequeño te quedabas largo rato mirando la cola de mendigos harapientos que esperaba su plato de comida, las sobras de los alumnos internos de los jesuitas. Alguna vez, cuando toda la familia estaba sentada a la mesa, hubo de salir a llamarte para que entraras a comer.

Miguel, tuviste una educación en varios colegios de unos diez años en total que, de haber continuado, hubiera hecho de ti posiblemente un hombre mejor formado y, de haber hecho caso a los jesuitas, uno más en su orden, a la que querían acercarte por tu buen rendimiento en sus Escuelas de Santo Domingo, donde obtuviste las mejores calificaciones de la clase. Allí conociste al cura Luis Almarcha quien tanto te ayudaría y quien tanto te perjudicaría. Pero, estando con los jesuitas, tu padre decide que le haces falta con las cabras, oficio que has tenido que aprender bien por ser su hijo. Te saca de las clases y te pone al frente del rebaño.

Sin embargo, el haber ido a la escuela y el saber leer son una semilla hundida en lo profundo de tu torrencial creatividad que comienza a germinar. Inicias tus visitas a la biblioteca, llevas siempre algún libro en la zamarra y garabateas tus primeros versos.

A veces, otro pastor amigo tuyo, llamado Filomeno Bas, te cuida las cabras mientras escribes versos en ese papel de estraza que conseguías del papel de envolver que utilizaban algunos comercios…



Ahora os dejo la letra que hace referencia al texto anterior.


Campanilleros
Pastoreando versos


Aquel niño llevaba un zurrón
con ganas de echar alas y ser poeta,
por los cerros pastoreaba versos
mientras los naranjos incendiaban la vega:
un traje de estrellas
se cosía Miguel letra a letra
porque la vida le quedaba pequeña.


Era el capitán de los rebaños,
los pies de tierra y la boca de simiente,
de las cabras paridas oía
el rumor de leche bajando en sus vientres,
como era un valiente,
cada día vencía a la pena
con los cantares de su risa caliente.



A  golpes de viento y madrugada
que atacaban como el yugo para el cuello
iban redoblando las esquilas
engalanando a un pequeño cabrero,
pastor moreno,
un chiquillo que soñando andaba
veredas estrechas bajo el ancho cielo.