Miré hacia el lugar donde da la vuelta el ruido
y mis labios armaron una imprevista plegaria.
No sé por qué secreta razón,
como si rezara a un dios antiguo y querido,
sembré mis palabras pidiendo verdad
en el vacío donde crece el árbol del silencio.
Y la verdad me despedazó.
No me atrevo a abrir de nuevo la boca
y me limito a escribir,
pero los meses se han ido poniendo en fila
y los muslos de las estatuas tiemblan.
Y todo se ha acabado y todo ha empezado.
Cada hilo rojo se romperá,
no podré engañarme nunca más
porque la ceniza se burla
pero la luz es fuerte.
No cesaré el dolor
y estaré siempre
muy cerca,
a un gesto,
de la belleza.
Sí, nací para pedir verdad
y, no, no puedo morir
porque ya he muerto.