Se ganaba la vida con el cante. Había aprendido muchas
cosas de Silverio.
Subió al escenario y cantó por soleares y seguiriyas. El respetable no le mostró mucho respeto y recibió los
cantes con frialdad.
Después llegó el turno de un chiquillo, que por
fandanguillos hizo que la gente se reventara las palmas aplaudiendo. A él los fandanguillos le parecían algo fácil, vacío,
pegajoso.
Aquella noche lloró de amargura y decidió no volver a
cantar jamás. Volvió a los cortijos y a las porquerizas de Puente Genil para
ganarse la vida.
Décadas después, cuando juntaba ya 72 años, el viento le
trajo un trozo de periódico que anunciaba un Concurso de Cante en Granada. Era 1922.
El Alcalde hizo una colecta. Le compraron un traje y le
pagaron el billete.
Así fue a la ciudad de los cármenes Diego Bermúdez Cala, ‘el Tenazas’ de Morón, donde le esperaban Lorca y Falla, Chacón, Torre y ‘la Niña de los
Peines’.
Allí le escucharon por derecho.