cerraba el mundo
con su mandíbula oscura,
yo andaba a tientas y a lágrimas.
El reloj era
una espina inmóvil
sobre el pecho
lleno de ansia y arena.
Vivir era lo otro
porque estaba
fuera de mí.
Entonces apareciste,
fulgor rubio,
fundido a blanco,
y fui recuperando
la costumbre de la risa.