Al niño que fui —frente a él sentado—,
tras mucho perderme y hallarle tarde,
le cuento que la mirada me arde
por las brasas de todo lo pasado.
Me harto de hablarle con gesto cansado
y le reconozco que soy cobarde,
que en ruina concluyó aquel alarde
en juventud y orgullos inflado.
Le pregunto al fin por lo prometido
recordándole que yo he cumplido
y que debe entregarme lo nuestro.
«Aquí tienes el mar, tu mar, lo nuestro
—me dice—, queda lo mío cumplido».
Pero es un mar cualquiera, no el prometido.