
Durante la Guerra Civil, Gregorio Martínez estaba en la Brigada CI, 46 división de ‘el Campesino’. Antes de llegar al Ebro, había sufrido los horrores de Guadalajara, Teruel y Brunete. Era cabo de transmisiones, por lo que llevaba un equipo muy pesado pero, al menos, no se encontraba entre las unidades de choque, donde las bajas eran altísimas.
Los de choque
llevaban sólo manta, fusil, granadas y cargadores: lo justo para
correr lo mejor posible.
Martínez era hombre
sentencioso y observador. Se dio cuenta de que, en las batallas, lo
primero que se dejaba de oír y de ver era a los pájaros.
Dice Gregorio
Martínez
que tiene gusto a
metal
y todos van
entendiendo
que la muerte es
hierro y sal.
Es julio y cerca del
Ebro
cuando se presiente
la hora
de andar en busca
del plomo
de que hasta los
miedos corran.
Con metralla en la
mirada
iba el que abre el
batallón:
manta, fusil y
granadas,
y desnudo el
corazón.
Se van mojando la
espalda,
les queda seca la
frente,
que van a ganar la
guerra
o a morirse de
repente.