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Antonio de Pozoblanco. |
Como decía el poeta, de un pueblo con el cuello perseguido por el yugo.
Pero, con el tiempo y tras probar el sabor del orgullo, comprendí que en la voz flamenca habita el grito ancestral de los hombres libres.
Un grito que es el reducto íntimo de una vieja costumbre entre los oprimidos: levantarse y seguir caminando.
Donde está temblando lo que no se ve.
Donde cualquier hombre, por harapiento que parezca, es grande y digno.