rodeado de mil sombras,
iba tras tu huella dulce
sintiendo que era la hora.
Todo parecía fácil:
ir al fin hacia tu boca,
no parar, alcanzar tus labios,
abrir tu risa redonda.
Sabiendo lo que sabía,
anhelé lo que tenías:
rumores, besos, amparos.
Dije esto –lo que podía–,
un poema de intrigas.
Y, después, o luz o barro.