Íñigo Ruiz
es un personaje peculiar; profesional de la comunicación (trabaja en
una agencia de publicidad logroñesa como diseñador gráfico) y sobre todo
es un verdadero
entusiasta de flamenco, arte que
practica desde hace años (ya tiene dos discos en su haber) y por el que
materialmente se desvive. Íñigo es cantaor flamenco y acaba de regresar
de un
curso intensivo de un mes en la Fundación Cristina Heeren de Sevilla, donde ha vivido, según sus propias palabras, una «experiencia memorable».
Íñigo es sincero y directo: «Ha sido una cura de humildad brutal.
Pensaba que sabía cantar y ahora me he dado cuenta de que quizás estoy
en el camino de empezar a saber lo que es cantar. El nivel es alucinante
y me lo he tomado como una experiencia vital por encima de todo, he
sufrido, pero he aprendido cosas que ni me podía imaginar».
La comida se celebra en el restaurante ‘Entre Cepas’
e Íñigo cuenta las razones de su elección: «Está muy ajustado de
precio, se come bien y el trato es como si estuviéramos en nuestra
propia casa». Y bebe Coca-Cola: «Me gusta mucho y sólo la tomo a la hora
de comer; jamás la bebo sola».
Íñigo accedió al flamenco por su padre:
«Es andaluz y lo que conserva de su tierra es el amor por el cante. Mi
hermano Gaztea –que es periodista– empezó a escribir poemas y yo comencé
a cantarlos. Ése es mi camino, a partir de ahí lo que he hecho ha sido
formarme por mi cuenta, básicamente escuchando discos y grabaciones y
aprendiendo en solitario. Sin embargo, llegó un momento en el que me di cuenta de que en solitario no podía avanzar más. Sabía que existía esta fundación, me puse en contacto con Fernando Iwasaki, que es su director, y conseguí una beca».
Para
irse a Sevilla Íñigo contó con el apoyo de su empresa, que le dio la
oportunidad de poderse coger las vacaciones durante las cuatro semanas
del curso: «Me llevé un portátil y por las tardes hacía cosillas», relata.
Las
jornadas de formación eran muy intensas: «Comenzábamos a las ocho y
media de la mañana con técnica vocal: respiración, escalas y afinación.
Después teníamos historia del flamenco, nos la daba la hija de
‘Naranjito de Triana’ y era espectacular porque aprendíamos cantes de
fuentes primarias escuchando grabaciones. Y de ahí y hasta las tres, dos
clases prácticas de cante con dos profesores diferentes».
Íñigo, además de cantar, es el programador del ciclo ‘Flamenknet’:
«Todo esto me ha servido para formarme como cantaor y para conocer
cantaores jóvenes que estaban en la fundación y que serán los nombres
del mañana, de eso estoy absolutamente seguro».
Y ese mes sevillano no ha sido un camino de rosas: «En la tercera semana sufrí un bajón tremendo con una farruca.
Pensaba que no podía dar más de sí; lo comenté con otras personas que
estaban en la misma situación. Pero salí, logré remontar y empecé a
darme cuenta de la grandeza brutal del flamenco. De que cuando cantas
tiene que hablar el alma».