Hace
muchas décadas, antes de que llegáramos al desparrame tecnológico actual, la
evolución del flamenco era inevitable.
Ahora,
aunque por otras razones, también lo es.
Hace
muchas décadas, cuando no existían los medios de grabación y reproducción que ahora
nos parecen tan cotidianos, el cante flamenco iba sufriendo necesariamente una
evolución por la intermediación de la memoria.
Porque
un cante oído, cuando otro cantaor lo iba a reproducir, se convertía en lo que
este nuevo cantaor recordaba haber escuchado. Forzosamente distinto, evolucionado.
El arte
flamenco evolucionaba así porque no le quedaba otro remedio. El cantaor que trataba
de repetir el cante (lo que había
memorizado, que no era exactamente igual a lo que había oído) se convertía en
una pieza más de una cadena interminable a lo largo del tiempo.
Así,
con pequeñas (o grandes) modificaciones individuales el cante se iba
convirtiendo, cada vez más, en el resultado de una labor coral de muchísimas
herencias… que a la vez era algo también totalmente personal en la última garganta
en la que reventaba.
Este
esquema, basado en múltiples e inevitables modificaciones, se fue rompiendo a
medida que se iban perfeccionando los sistemas y aparatos de grabación y
reproducción de sonido. Y a medida que el acceso a esos aparatos se iba
haciendo más común.
Llegando
al presente y desde hace bastante tiempo, el cantaor puede escuchar los cánones
del flamenco en grabaciones que puede repetir hasta el infinito. Y, de este
modo, machacar un estilo hasta (casi) clavar el original.
Y
pudiera parecer que la evolución se rompe. Pero no.
Porque
sí se ha roto en gran medida la evolución del boca-oreja que antiguamente
existía.
Pero
ha llegado una nueva. Si la tecnología permite acudir siempre al mismo canon a
cuantos de él quieran beber, esa misma tecnología facilita al arte flamenco otra
evolución distinta a la que ha destruido.
Porque,
es una hipótesis mía, los nuevos avances del flamenco se suceden ahora en los estudios
de grabación y fruto de una reflexión consciente de cada artista.
Antes
podía ser algo no buscado pero inevitable.
Ahora
se trata de novedades directa y conscientemente buscadas. Los cánones están grabados y los nuevos cantaores encuentran poco seductor tratar de repetirlos, así que se lanzan a mil aventuras creativas.
Si
se me acepta todo lo dicho, la paradoja resultante es que, de una forma o de
otra, la evolución del arte flamenco ha sido y es imparable.
Por
eso creo que el flamenco es un río.
Las aguas quietas se pudren y se mueren.
Se
busque o no, el arte se mueve.
El
flamenco es movimiento.