30/11/12

El río del flamenco



Hace muchas décadas, antes de que llegáramos al desparrame tecnológico actual, la evolución del flamenco era inevitable.
Ahora, aunque por otras razones, también lo es.
Hace muchas décadas, cuando no existían los medios de grabación y reproducción que ahora nos parecen tan cotidianos, el cante flamenco iba sufriendo necesariamente una evolución por la intermediación de la memoria.
Porque un cante oído, cuando otro cantaor lo iba a reproducir, se convertía en lo que este nuevo cantaor recordaba haber escuchado. Forzosamente distinto, evolucionado.
El arte flamenco evolucionaba así porque no le quedaba otro remedio. El cantaor que trataba de repetir  el cante (lo que había memorizado, que no era exactamente igual a lo que había oído) se convertía en una pieza más de una cadena interminable a lo largo del tiempo.
Así, con pequeñas (o grandes) modificaciones individuales el cante se iba convirtiendo, cada vez más, en el resultado de una labor coral de muchísimas herencias… que a la vez era algo también totalmente personal en la última garganta en la que reventaba.
Este esquema, basado en múltiples e inevitables modificaciones, se fue rompiendo a medida que se iban perfeccionando los sistemas y aparatos de grabación y reproducción de sonido. Y a medida que el acceso a esos aparatos se iba haciendo más común.
Llegando al presente y desde hace bastante tiempo, el cantaor puede escuchar los cánones del flamenco en grabaciones que puede repetir hasta el infinito. Y, de este modo, machacar un estilo hasta (casi) clavar el original.
Y pudiera parecer que la evolución se rompe. Pero no.
Porque sí se ha roto en gran medida la evolución del boca-oreja que antiguamente existía.
Pero ha llegado una nueva. Si la tecnología permite acudir siempre al mismo canon a cuantos de él quieran beber, esa misma tecnología facilita al arte flamenco otra evolución distinta a la que ha destruido.
Porque, es una hipótesis mía, los nuevos avances del flamenco se suceden ahora en los estudios de grabación y fruto de una reflexión consciente de cada artista.
Antes podía ser algo no buscado pero inevitable.
Ahora se trata de novedades directa y conscientemente buscadas. Los cánones están grabados y los nuevos cantaores encuentran poco seductor tratar de repetirlos, así que se lanzan a mil aventuras creativas.
Si se me acepta todo lo dicho, la paradoja resultante es que, de una forma o de otra, la evolución del arte flamenco ha sido y es imparable.
Por eso creo que el flamenco es un río. 
Las aguas quietas se pudren y se mueren.
Se busque o no, el arte se mueve.
El flamenco es movimiento.